lunes, 4 de mayo de 2009

“El amor es un viaje. Cada cual hace su camino. Pero, qué grato es acompañarnos.”

Subvertimos el orden establecido.

Formamos grupos que luchan por no ser asimilados. El individuo asimilado es el individuo enfermo. Enfermo en una sociedad donde la enfermedad es la normalidad.


Elegimos lo que está más allá del margen. Nos perdemos en los caminos de la teoría. Porque en la práctica apenas conseguimos ser diferentes.


Y en el camino nos vamos entreteniendo, entreteniendo, entreteniendo… entretejiendo en redes invisibles. Algunas se romperán, otras quedarán relajadas… yo me quedo con las que siguen tensas en algún lugar, perdidas en el infinito.


Follamos maniquís estáticos. Los desmontamos. Damos un giro al propio concepto del dinamismo sexual que conlleva el deseo. Lo feo nos pone, nos divierte. El placer no viene definido por los cánones griegos. El placer es acompañarte hasta “el final de este viaje”.


Creamos oasis que despedazan la rutina en la que nos movemos día tras día: la cortamos con cuchillos de sierra mientras las astillas que saltan nos queman la piel.


Y en este divagar que no es más que ver transcurrir el tiempo (diez años ya), nos adueñamos de él. Agarramos ese caballo por sus crines. Somos el niño, el mozo y el viejo. Con una diferencia: tú no eres de cartón.


Y eso, es una suerte para mí.