Son como una metástasis de lo más invasiva. Están infiltrados en los tejidos de esta sociedad de tal forma que para eliminarlos no queda más remedio que cercenar mucho tejido sano. Hacer una de las mayores sangrías que la historia de la humanidad haya visto nunca. Degollarlos. Quitarles una a una las plumas negras que los revisten. Dejarlos como llegaron a este mundo: indefensos. Sin todo ese poder que ellos mismos han utilizado para subirse a lo alto de los altares y a los pulpitos a predicar a enseñar desde la culpa, el miedo, la represión a millones de seres cómo era la moral, su moral, en ese lugar que ellos denominaron valle de lágrimas prometiendo una redención que no llegará jamás.
“No te masturbes o irás al infierno. No desees o arderás en las llamas del malvado. No forniques por placer y con placer porque tu cuerpo se consumirá por el fuego del pecado. No mates… porque eso lo haremos nosotros: estaremos del lado de los poderosos, disfrazaremos sus y nuestros intereses con nuestra inventada ética cristiana. No leas, no pienses porque eso te hará libre y si alguien te lo enseña lo quemaremos en nuestras hogueras.”
Y ahora, esto, pues yo les digo que SÍ AL ABORTO porque es el mayor grito de SÍ A LA VIDA. Y no lo quieren ver porque su pirámide de poder se desmorona. Sólo tienen argumentos demagogos que no pienso repetir. Sólo salen a la calle para dilapidar los derechos individuales que conseguir tantas muertes se ha llevado.
A estos cuervos los hemos engordado bastante, ahora están intentando sacarnos los ojos… Pero yo tengo mi escopeta, bien cargada, apostada en la ventana.